segunda-feira, 11 de janeiro de 2010

Conto de Natal (3): Cuando la Navidad detuvo la guerra.

Escuchar los villancicos, me recuerdan los buenos momentos y las buenas historias...


En Ypres, la Noche de Navidad, hubo luna llena. La tierra helada refulgía con blancuzco resplandor. Normalmente aquella hora, en aquel sector importante del frente, la Tierra de Nadie se llenaba de figuras sombrías que corrían, unos en labor de reconocimiento, otros tratando de recuperar a sus heridos y a sus muertos.


Esporádicamente, los llanos y feos sembradíos de nabos de Flandes eran iluminados por luces de Bengala. Aquella noche, en cambio, una calma parecía flotar en el aire diáfano. Se advirtió una luz en el este, encima de las trincheras alemanas, demasiado baja para ser una estrella. Para la sorpresa de los ingleses nadie disparara contra ella.


Apareció entonces otra luz. Y luego otra. De pronto hubo luces a lo largo de las trincheras enemigas, hasta donde se alcanzaba ver. “¡Dios mío! ¡Los alemanes tienen árboles de Navidad!”, gritaron los británicos. Entonces, de una trinchera alemana a no más de 50 metros, el coro de voces de barítono jamás oído, empezó a entonar “Noche de Paz, Noche de Amor”.


Al terminar el villancico, todo el regimiento vitoreó a los alemanes y cantó a coro “La Primera Navidad”. Aquella mutua serenata duró una hora, interrumpida por gritos de “¡Vengan a vernos!” y “¡No, tú ven aquí!”. Pero ningún bando se movió.


En el sector del frente, luego de la serenata un alemán empezó a avanzar hacia las trincheras británicas, seguido por media docena de otros alemanes, todos desarmados con las manos en los bolsillos. Por un momento pareció que iban a rendirse pero los ingleses también empezaron a salir de sus trincheras.


Amaneció el día de Navidad frío, claro, refrescante… y pacífico. La tierra de nadie pronto se llenó con miles de soldados de ambos bandos, que caminaban unos junto a otros y se tomaban fotografías. Se improvisaron partidos de fútbol y se entabló un encuentro en toda forma, que los sajones ganaron por tres a dos.


Algunos se arrancaron botones del uniforme, para ofrecerlos como presentes de Navidad. Los soldados que tenían habilidades especiales hicieron lo que pudieron. Un barbero inglés cortó el pelo a dóciles alemanes que se hincaban en tierra. También lo fue la oportunidad de celebrar una solemne ceremonia en la Tierra de Nadie. Soldados de los dos ejércitos cavaron tumbas, unas al lado de otras, luego el capellán, con la ayuda de un estudiante de teología, alemán, ofreció un servicio fúnebre conjunto.

Al no haber disparo, un joven inglés despertó más tarde de lo habitual la mañana de Navidad. Cuando por fin se unió a los demás, se encontró con un estudiante de Leipzig, de su misma edad. El alemán había recibido un paquete de Navidad, que ambos abrieron y compartieron: dulces, un pastel y un paquete de puros.


Ambos bandos comprendían, por supuesto, que la tregua no sería bien recibida entre sus respectivos oficiales. Hubo un acuerdo tácito de guardar el secreto.


Cuando, por la tarde, se supo que un brigadier británico estaba en camino para inspeccionar el batallón, alemanes e ingleses corrieron de regreso a sus trincheras, como niños traviesos. A la hora que llegó el brigadier, los ingleses pudieron presentar un cuadro convincente de un ejército en guerra. Los centinelas miraban por las troneras y había soldados tras las ametralladoras.


Después de una breve inspección, el brigadier estaba a punto de partir cuando notó que la cabeza y los hombros de un alemán asomaban por encima del parapeto. Al exigir que se le dispare al enemigo, los soldados obedecieron pero nunca apuntando al blanco. El tercer disparo pasó silbando a pocos centímetros del enemigo, quien captó el mensaje y desapareció levantando los brazos. El brigadier pareció satisfecho con esta “victima”, y se fue. Los hombres no tardaron en volver a salir de sus trincheras.


Al ponerse el sol, casi no se habían oído disparos en todo el frente durante 24 horas. Cuando el alto mando se enteró por fin de lo ocurrido, montó en cólera. Los oficiales se alarmaron por el total desquiciamiento de la disciplina militar. También les preocupó que sus hombres descubrieran que sus enemigos no eran aquellos monstruos que, según la propaganda, había matado con bayoneta a niños y mujeres, sino gente sencilla, común como ellos mismos.


La tregua navideña de 1914 continuó en algunos sectores del frente hasta el Año Nuevo, y aún después. “tuvimos que dejar que durara todo ese tiempo”, explicó un alemán, en una carta enviada a su casa. “Queríamos ver cómo salían las fotos que ellos nos tomaron”.


Acordaron que, cuando un bando tuviese que romper la tregua, dispararían una salva al aire para dar tiempo al enemigo de volver a sus trincheras. La salva sonó el 29 de diciembre, y los hombres retornaron a toda carrera a sus trincheras.


Minutos después se reanudó el fuego, en serio. Las unidades de uno y otro bando menos dispuestas a proseguir la lucha fueron desmembradas y distribuidas en otros sectores. Un número indeterminado de soldados franceses fue pasado por las armas como escarmiento. Los alemanes poco combativos serían enviados al frente oriental.


Las cartas en las que los soldados relataban a sus familias los pormenores de esa insólita celebración navideña fueron censuradas. + (PE)


Fonte: PreNot 8637 de 23/12/2009


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