terça-feira, 12 de janeiro de 2010

Conto de Natal (5): El Laucha por Paula Alajarin

Nació en el Hospital la madrugada del 25 de diciembre. Le dicen Laucha, pero se llama Diego Jesús, obviamente. Él oculta con gracia adolescente su Segundo nombre, y te explica, cuando está en confianza, porqué se lo pusieron.

Parece que el parto fue bravo. Mientras su mamá, que era casi una niña, peleaba por pujar, la abuela prometió que si el chiquito salía bien se iba a llamar Jesús. Fue larga esa Nochebuena en los pasillos del hospital, movidita, como siempre en las Fiestas. Y ahí estaban, su abuela, pidiendo a la Virgencita, su mamita, haciendo fuerza y Dieguito, queriendo nacer. Y salió nomás, flaquito y largo, y eso le queda hasta hoy, por eso es el Laucha.

La mamita dijo es Dieguito, como su amor, y la abuela dijo, no, es Jesús, porque se lo prometí a la Virgencita. Fue la única vez que la abuela tuvo que ceder, porque la mamita defendió el nombre de su amor con la fuerza que todavía le venía del pujo, así que Jesús quedó de segundo nombre. Igual, casi, casi no importa, porque él, es el Laucha.

Tiene 19 ahora, pero parece más, lo cual le viene bárbaro según él por una razón fundamental: las minas grandes le dan bola.

Es duro, en serio. Te lo dice la forma de andar, la manera de mirar, pero sobre todo te lo dice el resto. Porque tiene una forma de ser duro muy particular, tiene un carisma innato. Porque el Laucha es así, él entra y lo que sea que esté sucediendo, empieza a suceder alrededor suyo, aunque no haya abierto la boca, aunque no sea su estilo pavonearse.

Tiene unos ojos negros profundos en donde se cuelan 10 matices diferentes de mirar.

El Laucha es secote, salvo cuando juega a la pelota. La alegría se le apodera del cuerpo y parece otro pibe.

Es duro, en serio. Después de él vinieron las tres hermanas, con la pareja nueva de su mamá, un santiagueño buenazo, laburante, que lo quiere al Laucha como suyo y así lo crió, aunque no fue fácil. Muchos chicos, poca plata. Hace seis años, cuando nació la más chiquita, el parto se complicó otra vez y la mamá falleció a los pocos días de parir, con una infección mal atendida o agarrada tarde. La abuela no pudo superarlo y perdió la energía de trueno que siempre tuvo. Se ocupa de las cosas de la casa y de las nenas, cuando no se extravía en el sopor.

Ahí el Laucha se les escurrió, y se endureció. Se le turbó la mirada para siempre, la sonrisa despreocupada y fresca quedó para los goles y empezó a andar a las patadas con el mundo. A la escuela empezó a correrle el cuerpo y cuando iba estaba intratable. Así anduvo, haciendo doble cada año por las faltas, porque no estudiaba, porque se mandaba unas trastadas importantes.

Así anduvo hasta que no anduvo más y colgó el guardapolvo (o vaya uno a saber donde lo puso). La abuela y el padre no supieron más qué hacer o no pudieron. Quedaron la calle, los rebusques para sus gastos, los bailes y los pibes. A la escuela seguía yendo todos los días a buscar a las hermanas, las dejaba en su casa (para que ningún gil se zarpe, dice, y la verdad es que con él de chaperón, eso no va a suceder) y después volvía a pararse en la esquina, en el kiosco, a tomar cerveza y ver pasar chicas.

De paso también cuidaba la relación de los pibes con la escuela, ahora que él no estaba adentro saludaba por el nombre a cada docente, y ubicaba al que se pasara de la raya un poco. Cada tanto entraba algún profe al colegio y comentaba que estaba Diego afuera en la esquina, una lástima este pibe, es inteligente y no es malo, y ahora se la pasa sin hacer nada...

Marzo. Con el calor el barrio vive en la calle. Los pibes más. Pero este marzo, el Laucha dejó la esquina, al menos por un rato. Se apareció el primer día de clase y dijo que quería venir a la noche a terminar el secundario. No dijo más y arrancó. Después, más en confianza, como en mayo, contó. Tiene una novia dos años más grande que lo marca de cerca, y está embarazada. Necesita laburar en serio porque lo de su padre no alcanza para tantas bocas y a ella su familia no le habla desde que se enteraron del bebé. Está preocupado porque las hermanas tienen que volver solas a la casa, pero anda un poco mejor con su viejo.

Se queja en broma del carácter de su novia, pero volvió a la escuela. Le va muy bien, es un lúcido. Terminó de leer su primer libro este año, Operación Masacre, de Walsh, que le recomendó un profe y fue a buscar medio de incógnito a la biblioteca de la escuela. Sí, está bueno, concedió.

Sigue secote, aunque cuando habla de su futuro hijo se le cuela un brillo especial en la mirada, y algo se le transforma en la sonrisa.

Se llama Diego Jesús, le dicen el Laucha. Tiene un carisma innato. Nació la madrugada de un 25 de diciembre, en un hospital del conurbano.+ (PE)

Fonte:
PreNot 8646 de 28/12/2009

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